Cuando voy a Starbucks, me gusta observar las largas filas de gente en las mañanas comprando una taza de café. Disfruto mirándolos sentados en pequeñas mesas relucientes, leyendo el periódico , huyendo de la monotonía cotidiana.
La capacidad de disfrutar el precioso líquido negro me fué heredada en las cocinas paisas. Su sabor me trae memorias paisajes idílicos , de olores a grano tostado. Estos recuerdos han inspirado este espacio en el que trato de conjugar una persepción múltiple en la que lo visual, lo olfativo y lo auditivo sumergen al espectador en escenografías pasadas.
El vivir fuera del país ha hecho que la persepción se amplíe. Mis preocupaciones primigenias se han convertido en complicados tejidos internacionales en los que identifico el café como un símbolo; un valor cultural que al principio de la década del 2000 se encuentra amenazado por el mercado global.
Esta instalación que originalmente surge de una memoria pura en intocable, se ha convertido en un espacio oscuro en el que las hojas de la Arábica han perdido su color y poco a poco desaparecen. En este espacio la palabra en un juego visual se codea a la misma altura que la imagen, elaborando conecciones indirectas y preguntas mas que afirmaciones contundentes.
La realización de este espacio es un homenaje a la zona cafetera y a las miles de familias que debido a la fijación de los bajos precios del café internacionalmente, han perdido sus fincas o han tenido que cambiar sus cultivos por otros productos. Aludo a la competencia desequilibrada entre el café Robusta de baja calidad producido en Vietnam y cafés refinados como Arábica Suave, que ha hecho que familias de mas de cincuenta países del mundo esten en crisis . En última instancia es un cuestionamiento el juego desigual que se ha creado con las politicas de la globalizacion.
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